martes, 7 de septiembre de 2010

LUCES FLUORESCENTES

Una vez solucionado el transporte, otra cosa muy recomendable es solucionar las telecomunicaciones. 
 
A nivel local, si no queremos pagar una factura de móvil indecente, tenemos dos posibilidades: tarjetas prepago yankies ó unos walkie talkies (algo no poco común).
 
A nivel internacional, activar una tarifa Roaming no está de más y disponer de un portátil para estar en contacto con los tuyos es la mejor opción. No será muy útil para el avión porque: ni hay batería que aguante ese trote, ni hay enchufes y lo que por desgracia no sobra, es espacio. 
 
Sobre esto último, se me olvidó comentar en la primera entrada que ya puestos a realizar una inversión en el viaje, es mejor recortar de alguna otra partida e intentar contratar un billete en first class: nos evitaremos el riesgo de sufrir el síndrome de la clase turista, el que afecta al 3% de los viajeros sanos, y como todo bad beat, siempre hay posibilidades de que te toque.
 
En ese aspecto aunque pagué la novatada, no fue un mal viaje.
 
Hotel, fast food, transporte, comunicaciones y entramos en el micro mundo de los casinos y su ecosistema, que como un buen supermercado, está diseñado para generar y cubrir necesidades.
 
Por un lado, no encontrarás ni una sola ventana al exterior ni un solo reloj, el país creador de la C.I.A. sabe cómo controlar nuestros sentidos y nada mejor que hacer perder la noción del tiempo para obligarnos a sumar horas en sus instalaciones.

Sobre estas, ni punto de comparación con las Españolas, no sólo por su infraestructura, en algunos casos deficientes (heredadas de los 70´s y 80´s ) si no por los pequeños detalles. 

El uso de cualquier servicio de ocio te da derecho a bebida gratuita (refrescos, zumos, cocktails, alcohol) y aunque por educación, ya que las azafatas viven casi en exclusiva de las propinas se les suele dar unos dólares, invertir 25 centavos en una máquina tragaperras te da derecho a consumición.

Los baños disponen de asistente, agua caliente, tu protector de papel para el w.c. y todos los mecanismos se activan con sensores de movimiento, cuidando al máximo la higiene.
 
La diferencia en cuanto a mentalidad de negocio es notable, consideran de manera acertada, que una pequeña inversión en consumiciones y la suma de esos pequeños detalles, son los que harán que te decantes por sus instalaciones, añadiendo la posibilidad de tener tu pase VIP, el que te permite acumular puntos que cambiarás por entradas a torneos o consumiciones en sus restaurantes.

 
A este nivel, en el que más a gusto me sentí fue en el Wynn, seguido por el Caesars Palace y la peor nota con diferencia, The Mirage.


 
Una vez en la poker room, los jefes de sala, como profesionales que son, tardarán poco en recordar tu nombre, quieren que te sientas como en casa, algo que no ocurrirá con los dealers.
 
Estos, al igual que las azafatas, viven de las propinas y es algo que tienes que atajar desde el día cero, lo que te obligará a sufrir muy malas caras, tanto del resto de los jugadores como de los susodichos, los que no te darán ninguna facilidad y entre otras malas artes, te repartirán las cartas de mala gana, alejándotelas lo máximo posible de las manos para incomodar tu postura. 
 
El razonamiento de esta decisión es muy sencillo, sólo hace falta multiplicar 1 ó 2 dólares por mano ganada durante 18/20 días de juego, para ver que te supondrá una inversión que puede ir de los 600 a los 800 dólares, o lo que es lo mismo, esas propinas acabarán pagándote la factura del hotel.
 
Esta será otra de las contradicciones de los americanos, aunque no abunden, ves homeless con sus gorras vacías, sin recibir una sola limosna, pero por otro lado los jugadores locales son altamente generosos en las mesas, superando los límites de la coherencia.
 
Por último, a falta de que te suministren una cuña para evitar que te levantes ó cafeína por vena, tienes servicio de catering y masajista, ambos acabaran pasando por caja.


"En un casino la primera regla es hacerlos jugar sin cesar y conseguir que vuelvan. Cuanto más tiempo jueguen más dinero pierden, y al final nos lo quedamos todo".  Robert de Niro en Casino de Martin Scorsese (1995).



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